Por tanto, es por fe, para que sea por gracia, a fin de que la promesa sea firme para toda su descendencia; no solamente para la que es de la ley, sino también para la que es de la fe de Abraham, el cual es padre de todos nosotros
Romanos 4:16

La fe y la gracia son inseparables

Hagamos un resumen rápido del sentido de la fe en Romanos 4. El pasaje es complejo, a menos para nosotros que estamos lejos de aquella cultura. Si uno trabaja para ganar un salario, lo normal es que no aplique la fe, sino el esfuerzo y la exigencia. Cuando termina el trabajo puede reclamar el pago. De hecho, si no se lo dan, además tiene el recurso de denunciar para que obliguen al pagador a que cumpla su deber (esto no lo explica el pasaje, pero nos aclara lo que significa que uno vive por ley y no por fe). Aquí la gracia no tiene lugar, ni las promesas desde el punto de vista bíblico, sino una justicia legal.

Por otro lado, si yo no trabajo, pero me prometen un regalo sin más, tengo dos opciones, o me lo creo o no. No puedo hacer nada por obtenerlo, porque es un regalo. Cualquier esfuerzo se vería como algo ridículo. Si me lo creo, me alegro y espero a que me lo den, y corresponde la gratitud, por su puesto. Puedo recibirlo en el momento mismo que me lo anuncian o quizá tengo que esperar un tiempo. Confío en la promesa de la persona, es decir, tengo fe. Es un regalo, es una “gracia”, y vendrá. Si no me lo creo, puedo recibirlo o no, pero queda claro que no confío, no espero que se me trate con gracia.

Claro, que en cuestiones de lo que tiene que ver con la salvación y con adquirir la justicia que proviene de Dios, él requiere que lo creamos, porque si no, no habrá justicia ni gracia. En este sentido podemos resumir: “es por fe, para que sea por gracia (v.16). En definitiva, hay una relación estrecha entre gracia y fe que será bueno que tengamos en cuenta, porque muchas cosas de la vida en Dios funcionan con esta realidad.

Implicaciones

Esto tiene relevancia para la redención de nuestra vida. Es el camino para entrar en el reino, y también tiene relevancia en la forma en que vivimos en él.

En primer lugar, cuando dejamos de vivir por gracia, dejamos de vivir por fe. Cuando nuestra vida se dirige por el esfuerzo y el merecimiento, lo que va a provocar indudablemente es la falta de confianza en Dios y en los demás. Por ejemplo, no reaccionaremos bien a que personas con menos esfuerzo que el nuestro se les recompense mejor. Será bueno que nos dejemos examinar y que reflexionemos en nuestras conversaciones, emociones y pensamientos, si la vía de la justa equivalencia del esfuerzo y la recompensa predomina en nuestra vida. O si tenemos regulado el perdón por algún tipo de penitencia, ya sea cuando otros fallan o cuando lo hacemos nosotros. Todo esto hará que la desconfianza en Dios, en otros e incluso en nosotros aumente.

En segundo lugar, cuando dejamos de vivir por fe, dejamos de vivir por gracia. Si no confiamos en Dios, no podemos vivir descansando en que él sabe, desea y quiere cuidarnos de la mejor forma posible. Viviremos en constante alerta y tensión porque finalmente tendremos que solucionar las cosas por nosotros. Nos cuesta dejar que Dios se encargue de las cosas que son suyas, porque le agrada hacerlo. Le arrebatamos su función de gracia hacia nosotros. Esto también repercute en las relaciones entre nosotros. La desconfianza nos hace vivir a la defensiva, encerrarnos en nosotros mismos y no ser capaces de acoger la dependencia sana de unos de otros.

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