E inmediatamente el padre del muchacho clamó y dijo: Creo; ayuda mi incredulidad. 
Marcos 9:24

No siempre es sencillo confiar

Hay una serie de realidades de nuestra vida que la voluntad no puede obtener por el mero hecho de desearlas. Una de ellas es la fe. Dallas Willard dice al respecto: “uno de los peores errores que puede cometerse en la práctica del ministerio es el de creer que las personas tienen la capacidad de elegir creer y sentir de un modo distinto del que lo hacen”1. Y hay algo de razón en ello: no siempre mi confianza (fe) surge cuando simplemente lo deseo y quiero. Querer no es poder, al menos de forma inmediata.

Como ejemplo podemos pensar en los momentos en los que nos sentimos traicionados por alguien cercano. Quizás deseamos perdonarle, pero sólo querer no nos permite volver a confiarle nuestra intimidad. La reacción de nuestro cuerpo y nuestras emociones suelen ser las de resistirse.

En este sentido, tampoco podemos decirle a una persona: “cree que Dios tiene todo el control y vivirás mejor en tus circunstancias”, porque por mucho que quiera hacerlo en ese momento, no le va a hacer fácil. En todo caso, tenemos que saber explicarle cuál es el camino para obtener esa experiencia de fe.

La confianza arriesgada

Sin embargo, la idea de Dallas Willard no define toda experiencia de la fe, ya que, por otro lado, hay decisiones que podríamos calificar de fe aún cuando el sentimiento de confianza sea débil. Esto sucede cuando sabemos que es necesario tomar una decisión aunque sentimos cierta resistencia; Ni siquiera la certeza de que todo va a ir bien nos ayuda a confiar, pero decidimos hacer un esfuerzo de la voluntad venciendo ese miedo.

Quizá para muchos, la confianza en Jesús empezó de esa manera, cuando dimos el paso de creer que Él era la solución a nuestra situación de perdición, aún no sabíamos todo lo que implicaba, no estábamos seguros de lo que hacíamos, pero sí sabíamos que necesitábamos  de la necesidad de hacerlo y dimos ese paso con muchas dudas e incluso recelo.

Creo, ayúdame a creer

En los evangelios tenemos una historia que quizá nos puede ayudar a comprender mejor este doble sentido de la fe, la fe que se muestra en una decisión clara de la voluntad, y la fe que va alimentándose como proceso. La historia la cuentan varios evangelios, pero sólo Marcos nos da el detalle que voy a enfatizar (Mr 9:14-29):

Marcos nos cuenta de un padre que tenía un hijo dominado por la voluntad de Satanás. Sus discípulos no pudieron hacer nada por él. Entonces este hijo es conducido  a Jesús, y Él le pregunta al padre si cree que él puede ayudarle y este hombre le contesta con las siguientes palabras: “creo, ayuda a mi incredulidad” (9:24). En esta expresión podemos ver estas dos vertientes:

  1. “Creo”, aunque aún tengo problemas para confiar, aunque mi mente y cuerpo reaccionan en sentido contrario y no puedo controlar eso, pero tomo una decisión, doy un paso con mi voluntad porque quiero creer.
  1. Pero “ayúdame con la incredulidad”; haz lo que tengas que hacer para que mi deseo pueda llegar a una confianza real, porque la fe no depende sólo de mí, porque es Dios mismo quien trabaja en cada uno  para que se produzca(de ahí que Jesús luego diga que hay un tipo de fe que sólo sale con oración y ayuno, Mateo 17:21).

El proceso

Dios desea para nosotros que vivamos en confianza plena. Evidentemente, como con  ese hombre, nuestros primeros pasos de fe le agradan, pero no se conforma con eso, hay algo mejor que ha preparado para nosotros. ¿Cómo podemos hacer crecer nuestra fe? Quisiera compartir uno de los caminos más importantes: 

Pablo en la carta que escribe a los Romanos dice “Así que la fe es por el oír, y el oír, por la palabra de Dios” (Ro 10:17). Es en la asimilación de las Escrituras que Dios hace producir y crecer nuestra confianza en Él. Es en el continuo contacto con su presencia y con la verdad que Él va produciendo esa fe. 

En definitiva, si bien de forma directa no podemos decidir vivir en plena confianza y fe para que suceda de forma inmediata lo que sí podemos hacer es ejercer la voluntad para reorganizar nuestra vida para que Dios haga por nosotros lo que no está de nuestra mano. Es decir, en realidad, la voluntad sí cuenta mucho para hacer crecer nuestra fe, pero lo hace en la medida en la que tomamos decisiones que favorecen ese proceso.

Por último, eso significa que no debemos esperar a los momentos que lo necesitamos (normalmente cuando tenemos que tomar decisiones importantes o cuando estamos sufriendo circunstancias incómodas o dolorosas) para ejercer una fe que no se ha cultivado previamente. Es ahora que tenemos que decidir hacer las cosas necesarias para que pueda brotar.

1. Dallas Willard, Renueva tu Corazón. Edit. CLIE. (pg 316)

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