Cuando el rey David hace un censo que no le correspondía (2 Samuel 24), Dios le pone ante él tres consecuencias o castigos (24:12). ¿Puede escoger David algún bien? Parece que no. Su elección está entre un mal y otro mal. Las tres opciones son castigos de Dios, y en ningún caso puede evitar tomar una elección que produzca daño, menos aún alguna que provoque el bien.
En la vida que nos ha tocado vivir en este mundo, la mayoría de veces por razones que nunca conoceremos, se nos pone en una encrucijada: escoger entre un mal y otro u otros males. No es necesariamente entre escoger entre un pecado y otro, que a veces nos parece que también, sino entre cosas que, escojamos lo que escojamos, nada bueno va a pasar, y nosotros y otros a quien amamos o no, van a sufrir por esa decisión.
Bonhoeffer reflexiona sobre esta disyuntiva en una conferencia, mencionando el caso de la guerra: si decidimos participar, protegemos al prójimo pero hacemos daño al enemigo. Si decidimos no actuar, no hacemos daño al enemigo pero dejamos sin ayuda al prójimo1.
Pero no es el único caso. ¿Qué decidimos si sabemos que un parto puede traer la muerte a la madre? ¿Qué vida escogemos? Hay que escoger, o la madre o el niño. La elección está entre un mal y otro mal. ¿Y qué decir de a quién votar? Cualquier elección, incluso la de no hacerlo, conlleva en la gran mayoría de los casos, una elección que nunca garantiza el bien según nosotros creemos.
Y podemos hablar de otras muchas decisiones menos o igual de importantes donde la “buena y acertada” solución no existe. Sólo existe, en todo caso, una salida: la decisión que finalmente se toma.
Este artículo no lo escribo para decir cómo resolver cada decisión que tomar, sino para tomar consciencia de que en muchas de estas decisiones no hay nunca una respuesta correcta, como probablemente a lo mejor no existía para David.
De hecho, en la historia de David nos surgen más preguntas que nos provocan confusión más que ayuda: ¿por qué las tres opciones a David? ¿Qué quiso probar Dios? ¿Por qué no escogió Dios el castigo como parece que suele hacer en otras ocasiones? ¿Por qué David no preguntó a Dios cuál era la mejor respuesta? ¿Es que sabía que Dios en ese caso no le iba a responder sino que lo dejó solo ante esa decisión? ¿No podía Dios en este caso perdonar sin más? ¿Por qué no otro tipo de castigo en el que los demás no sufrieran? Nunca tendremos respuestas a estas preguntas.
Sin embargo, sí me gustaría proponer unas reflexiones que nos pueden ayudar a afrontar estos momentos que nos surgirán en nuestro camino:
- En primer lugar, es bueno asumir y tener en cuenta que a veces la vida nos pone entre un mal y un mal. El pecado en la realidad humana (no necesariamente el nuestro propio) nos ha puesto en estas tesituras y nos equivocaremos si buscamos una solución en la que digamos “esto está bien”. No siempre es posible. Ni para nosotros, ni para otros. Es importante darnos cuenta y aceptar esta realidad y el dolor que conlleva.
- En segundo lugar, reconocer que no siempre vamos a recibir una respuesta clara de Dios para tomar la decisión correcta o la que él espera. A veces Dios nos deja sin una pauta exacta en estos momentos de decisión y en ocasiones con opiniones distintas de las personas que nos quieren y buscan nuestro bien. También les pasará a otros.
- En tercer lugar, tener en cuenta que vivir en la voluntad de Dios no es siempre saber todas las respuestas, sino llegar a ser el tipo de persona que afronta estos desencuentros junto con Dios, luchando con Él, buscando participar con él de la obra que él está haciendo. Lo que sí podemos ver en la historia de David esa búsqueda de la misericordia de Dios, de asumir su responsabilidad, incluso casi se puede ver la renuncia final de sí mismo. Antes de estos momentos, lo mejor es buscar que Dios nos prepare para ellos y para actuar buscando la respuesta en Dios y no fuera de Él.
- En cuarto lugar, debemos temer juzgar las decisiones de otros ligeramente. No significa que aprobemos todo, pero para valorar hay que acercarnos al otro, conocer más la tesitura en la que está, valorar qué les ha movido y la lucha que están teniendo con el mismo Dios.
- En quinto lugar, aprendamos a aprovechar la oportunidad de acompañar cuando otros han tomado este tipo de decisiones y están sufriendo las consecuencias de las mismas, son momentos en los que es importantísimo saber llevar en nuestros hombros las cargas del otro.
- Por último, pensemos en la cruz de Cristo: Dios escogió un “mal”. Aunque es muy fuerte decir esto, pero ¿qué podemos decir de alguien que entrega a su hijo a la muerte? Eso aquí en la tierra está muy mal visto. Claro, que Jesús iba a resucitar y eso nos permite “justificar” a Dios. Claro que Jesús mismo se entrega voluntariamente y también alivia la tesitura moral de la cruz. Nadie puede decirle a Dios que ha hecho algo mal, pero es indudable que escogió algo que produjo un daño, para producir un bien en nosotros. Es el mejor ejemplo de que Dios conduce todo para bien. Escoger y entregar la decisión que tomamos a él, en el momento de madurez en el que estemos, es esperar y confiar en que él finalmente llevará todo acontecimiento hacia el bien, pero el bien según Dios, no según yo.
1. Bonhoeffer, Dietrich. Comunidad y Promesa. Editorial Trotta. Pgs
Photo by Jonathan Rados on Unsplash
Muy buena reflexión,nunca lo había visto de ese modo
Gracias Abigaíl, qué bueno que te hayas pasado por la página. Y gracias por tus palabras.