Pero el padre dijo a sus siervos: Sacad el mejor vestido, y vestidle; y poned un anillo en su mano, y calzado en sus pies. Y traed el becerro gordo y matadlo, y comamos y hagamos fiesta; porque este mi hijo muerto era, y ha revivido; se había perdido, y es hallado. Y comenzaron a regocijarse.

Lucas 15:22-24

La experiencia humana del perdón

En mi experiencia cotidiana, el perdón no viene acompañado de gozo. Aunque lo pida y se me conceda, lo que sigue posteriormente suele ser la pesadumbre, sobre todo cuando entiendo que la confianza de las otras personas en mí está quebrantada. A la inversa no cambian demasiado las cosas: o lo doy a regañadientes o puede que lo conceda con más disposición, recibiendo cierta calma al haber reconciliación, aunque raramente gozo.

Puede que la falta de amor que impera en nosotros (o en mí) nos haga vivir de forma muy limitada el perdón, pero Dios quiere ofrecernos la oportunidad de disfrutarlo. John Stott dice en su libro La Cruz de Cristo : “No hay gozo comparable al gozo del que se siente perdonado”.

Cosa de dos

En la historia del hijo pródigo (Lucas 15:11-32) vemos una reacción asombrosa del padre. Él ha sido despreciado, ha sentido la vergüenza por la conducta de su hijo que lo ha ridiculizado en público, malgastando gran parte de sus propiedades.

Cuando su hijo regresa, el recibimiento es totalmente espontáneo y gratuito. No se le ponen condiciones, no se toman precauciones. Se le acoge con alegría. Parece que el padre había estado deseando su regreso y en todo ese tiempo no había dejado de pensar en él. Al verlo venir, lo sabe arrepentido y absurdamente le celebra una fiesta. 

No dejo de pensar que este tipo de perdón sólo es posible si para el padre,  el hijo es más importante que el daño que se le había hecho o las cosas que ha perdido. Es decir, que ama tanto al hijo que renuncia de sí mismo.

Cuando a uno se le ofrece este tipo de perdón, el gozo no es sólo posible, sino inevitable e irresistible, porque no sólo no van a tener en cuenta tu pasado, sino que te acogen, te abrazan, te agasajan y hacen fiesta. ¡Cuánto amor recibido! Resulta que habían estado esperando con ansia tu regreso.

Todo empieza por dar y recibir de gracia

¿Es posible que esto suceda entre nosotros? Sudece de tiempo en tiempo. Hay historias de reconciliación que se acercan a esta experiencia y nos emocionan. Pero ¿puede convertirse en algo más habitual?

Tal y como lo acabo de escribir, parece que la posibilidad del gozo se da más por la actitud del padre, del que perdona, que por el hijo menor. Y es quizá por la experiencia de ser perdonado que podemos repetir lo mismo con otros y reproducir así las experiencias de alegría en el perdón. Aunque la historia de esta parábola se quede aquí, no sería de extrañar que ante esta experiencia ese hijo estuviera ahora dispuesto a ofrecer el mismo tipo de perdón si en su memoria mantiene la gracia recibida recordando las razones por las que vuelve a vivir plenamente como hijo.

Ofreciendo un perdón contagioso de gracia y gozo

Por tanto, será bueno reencontrarnos con el perdón de Dios y que lo contemplemos en su asombrosa medida. Dios no perdona a regañadientes, sino que nos acoge constantemente con alegría cuando llegamos con nuestra vida destrozada. Él desea hacer fiesta con cada regreso.

Además necesitamos rogar a nuestro padre que derrame con abundancia su amor en nosotros para que podamos darlo. Este tipo de perdón del que hablamos sólo es posible cuando nos convertimos en personas que están esperando “ansiosamente” que los que nos han hecho daño vuelvan a reconciliarse, porque los amamos.

Encontraremos a muchos hermanos mayores, como el de la parábola, y, quizás  lo seremos nosotros de vez en cuando, que en vez de alegría sentiremos rabia por esta gracia, pero habrá otros que se abrirán al gozo del perdón, y nosotros, siendo canal, también nos gozaremos. En esta búsqueda, la alegría irá tomando su lugar.

Foto de Hannah Busing en Unsplash