De la boca de lactantes y niños,
has hecho un baluarte frente a tus rivales
para silenciar al enemigo y al rebelde.
Salmo 8:3 
(Versión La Palabra, en el resto de versiones corresponde al v.2)

El mensaje central del Salmo 8 es el asombro o misterio por el que un Dios tan impresionante, tan enormemente grande y supuestamente distante de nosotros, haya prestado tanta atención y haya dado tanto honor y poder sobre una criatura tan peculiar como el ser humano.

En medio de ese mensaje claro, el versículo 2 es un pequeño misterio. De hecho, su traducción es algo incierta. ¿Cuál es el papel de los niños? ¿Cómo los usa Dios para callar a sus enemigos? ¿Y en qué sentido los calla? Algunas traducciones proponen que Dios “fundó la fortaleza en ellos” (RV60) por lo que los enemigos fracasaron en su intento de vencer a Dios al encontrarse con unos niños débiles; otras traducciones hablan que es el balbuceo de los niños, como si de una alabanza se tratara, la que los hace callar (NVI); otra posibilidad es la combinación de ambas ideas, que esa alabanza es sobre la fuerza de Dios (NTV).

Independientemente del matiz exacto que parece que pueda tener el sentido original de estas palabras, lo que se desprende del texto es lo siguiente:

Un Dios totalmente poderoso, que llena la tierra y su gloria está más allá de los cielos (v.1), ¿qué tomaría para hacer callar, para vencer, para avergonzar y hacer pequeño a sus enemigos? La débil voz de un niño pequeño (v.2). La idea no es la victoria militar, sino quizá es ¿a quién escucha Dios y a quién disfruta de escuchar? La voz de los niños.

Imaginemos a mucha gente, un grupo de adultos gritando contra Dios y por otro lado, un grupo de niños con gritos de asombro, de alegría. ¿Qué escucharíamos nosotros? Difícilmente la voz de los niños. Pero Dios sí los escucha y de hecho la voz de los adultos no significa nada para Él. No creo que el salmista quiera dar necesariamente esa imagen que acabo de describir, pero puede que sí quiera hablarnos de que la expresión del asombro ante el descubrimiento del mundo, el corazón abierto a lo maravilloso acalla las voces violentas, orgullosas en las que ya no hay nada de alabanza, sino queja, enfrentamiento. Es después de esta imagen que el salmista, sobrecogido, se asombra de lo que ha hecho Dios en el ser humano (v.3-9 en RV60).

Pensando en ello, mi corazón pide a Dios un corazón tierno capaz de asombrarse, algo que tristemente perdí hace mucho tiempo y ahora anhelo. Pido a Dios la posibilidad de quedarme callado, sin palabras, tener torpes expresiones, incapacidad de describir lo que veo en Dios porque es mayor que yo para pretender plasmarlo en ideas escritas o habladas.

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