Aparta tu rostro de mis pecados
y borra toda mi maldad.
Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio,
y renueva la firmeza de mi espíritu.
Salmo 51:9-10 (NVI)
Contenidos
Planteamiento
Dios habla abundantemente del perdón. Principalmente del que él brinda, pero también del que necesitamos ofrecer y aceptar unos de otros. Sin embargo, en mi lectura habitual de la Biblia, no he encontrado que se hable, de manera explícita o implícita, de perdonarse a uno mismo, una expresión habitual en el día de hoy.
Sé que esta expresión intenta describir una realidad emocional, e incluso podría decir espiritual, que vivimos todos: después de ofrecernos el perdón, nuestras emociones no se calman, la relación no siempre se restaura y se mantienen sentimientos de deuda, de tristeza o fracaso. Sobre todo si lo que hemos hecho es grave.
Me gustaría proponer una pregunta que quizá puede dar algo más de luz, o al menos ampliar el debate sobre esta realidad que acabo de describir: ¿de verdad el meollo de la cuestión es que no nos perdonamos a nosotros mismos? ¿No podría suceder que ese pesar proviene de no saber recibir el perdón ya sea de Dios o de otra persona?
Lo que implica aceptar el perdón de otro
El problema puede estar en que es difícil creer que alguien a quien hemos hecho daño va a restaurar su confianza en nosotros y a seguirnos amando y/o respetando de la misma forma que antes. Y es que no es sencillo dejar de tener en cuenta el dolor producido y vivir como si nada hubiese ocurrido.
Si no es fácil perdonar, parece que tampoco lo es aceptar el perdón en toda su amplitud. Después de lo que cuesta reconocer que uno ha metido la pata hasta el fondo, que hemos pecado contra Dios y contra otro, resulta que no todo acaba ahí. Por ello, más que auto-perdonarnos, lo que tenemos que experimentar es la aceptación y la confianza en que el otro de verdad nos acoge, que además lo desea hacer y que de hecho se alegra de hacerlo; por muy injusto y absurdo que nos parezca.
Una explicación bíblica
Como explicación no quiero dejar solo el argumento del silencio, es decir, no quiero decir simplemente que en la biblia no se habla del autoperdón.
En la Biblia tenemos sí tenemos constancia de la lucha por aceptar el perdón. El salmo 51 es una expresión de la lucha de una persona que ha cometido un acto atroz y está desesperado por ello. Fue escrito cuando David adulteró con Betsabé, mujer casada, y luego, tratando de ocultar su pecado, llevó a Urías, marido de Betsabé, a la muerte. El salmo completo es una lucha por la restauración y el perdón que aún no siente, a diferencia del Salmo 32 donde se describe más el resultado final de ser perdonado. Aquí hay una lucha interna, pidiendo y tratando de aceptar lo que cualquier ser humano necesita para vivir: la amnistía.
Un ejercicio práctico
En diferentes momentos de nuestra historia, ya sea por algo que cometeremos o por cosas que están en nuestro pasado y regresan a la consciencia, reviviremos la culpa por aquello que hemos cometido y que no tenemos el poder ni la capacidad de restaurar o aliviar. Entonces necesitaremos recordar y volver a pelearnos con la realidad de que hemos sido perdonados. No hay que buscar perdonarnos, sino aceptar el regalo inconcebible de la gracia del perdón ya brindado.
Este salmo nos concede las palabras e ideas que precisamos para hablar con un Dios bueno que escucha el corazón arrepentido, y nos permite entender que nuevamente nuestra mente y corazón tiene que confiar en que Dios puede llevarnos nuevamente a la experiencia de restauración a pesar de todo lo que ha sucedido en nuestro pasado. Será sabio de nuestra parte tenerlo en nuestro corazón y mente, y meditar en él en las luchas que nos esperan.
Una vez que aceptemos que Dios nos ha perdonado, y que somos acogidos en él, será más sencillo convivir en comunión con las personas a las que hemos hecho daño. De hecho, de una forma incomprensible, David se casó con Betsabé y de esta mujer nació el rey Salomón.
Los misterios incomprensibles de la gracia y el perdón.
Foto de Caleb Woods en Unsplash
Comentarios recientes