En tu mano encomiendo mi espíritu;
Tú me has redimido, oh Jehová, Dios de verdad.
Salmo 31:5

¿Podemos afirmar que Dios nos protege siempre, tal y como se afirma en este salmo? ¿Es Dios un castillo donde estaremos totalmente seguros sin que nos pase nada? ¿Y qué si suceden acontecimientos que lo ponen en duda? Porque nos llegarán enfermedades y conflictos sin pedir permiso,  derribando nuestras fortalezas. ¿Habrá dejado Dios de cubrirnos con su mano?

Pues parece que el salmista espera que finalmente, a pesar de sus circunstancias, Dios lo rescate de ellas. Tanto de los peligros como de la vergüenza que la derrota conllevaría y por eso toma la decisión de entregar su vida en las manos de Dios.

El caso es que este salmo fue citado por Jesús mismo, y en el momento en el que lo hizo no tenía perspectiva de salida. Humanamente no parecía que su padre lo estuviera protegiendo. De hecho, cuando Jesús pronunció estas palabras, al instante siguiente murió (Lucas 23:46).

Para Jesús, la decisión de dejar su propia vida en manos de Dios (encomendar su espíritu) no significó el que lo librara de pasar por la muerte, aunque sí que no se quedaría en ese estado. Dios lo resucitó.

Si Jesús se hubiera preguntado: ¿puedo afirmar que Dios nos protege siempre, tal y como se afirma en este salmo? El respondería que sí y por eso le entregó su espíritu en plena confianza. Sin embargo, Dios no protege evitando que pasemos por circunstancias que nos sobrepasan, sino que en ocasiones lo hace permitiéndonos pasar a través de ellas. Aún cuando éstas sean la muerte, siempre quedará la resurrección.

Foto de Pascal Bernardon en Unsplash