Porque en ti está la fuente de la vida y en tu luz podemos ver la luz.
Salmo 36:9 (Nueva Versión Internacional)

En el mundo de occidente, nuestros escritos formales tienden a dejar para el final lo que queremos destacar. Pero esto no es una norma universal. Para nosotros, leer el salmo 36 nos puede parecer extraño. Empieza hablando del pensamiento del malo (v.1-4), luego hay una porción intermedia y extensa sobre la misericordia y la justicia de Dios (v.5-10), para terminar con unas pocas frases donde se apunta al final de la maldad. Pero es que en la poesía hebrea, la parte principal suele coincidir con la central. Es decir, este salmo destaca que en medio de la maldad presente, se manifiesta el amor y la rectitud de Dios.

Para hablar de esta manifestación de Dios, utiliza la propia creación: su misericordia ocupa el espacio del cielo, más allá de las nubes. Sus juicios son como montes imponentes y abismos profundos. Y bajo esos dos principios él mantiene tanto a animales como a seres humanos con una generosidad comparada a un torrente. Estos dos elementos están en un nivel más profundo del funcionamiento de nuestro mundo que las propias leyes físicas.

El salmo nos enseña que Dios mismo es la fuente de todo ello (v.9). Él es el origen y mantenimiento de la vida. Es curioso que desde la ciencia se coincida en la importancia de la luz (energía) para el inicio y continuación de la realidad. Además, su luz es la que nos permite ver lo que existe tal y como es. Porque este mundo y nuestra propia vida no se puede comprender sino desde la perspectiva de Dios. 

Si lo pensamos bien, toda la realidad que percibimos y podemos comprender, ya sea desde lo visual o desde lo abstracto, va a depender de la luz que tengamos para abordarla. Esa luz difícilmente podemos crearla nosotros, nos es dada. Y tenemos que aceptar que nuestra capacidad de comprender el mundo está limitada por la cantidad y tipo de luz que recibimos. Con esto en mente podemos apreciar mejor las palabras del salmo: “en tu luz vemos la luz”. Dependemos de que Dios ilumine nuestro pensamiento y nuestra realidad para entenderla.

Con la llegada de Cristo, llegó la luz (Juan 1:1-9). Él nos permitió ver quiénes éramos. Iluminó nuestra miseria y también a su padre. Dios hizo posible a través de su hijo que tuviésemos una mayor claridad de quién es él y de qué está haciendo en este mundo.

Foto de Dawid Zawiła en Unsplash