Ardía mi corazón dentro de mí;
de tanta angustia me iba inflamando
hasta que mi lengua rompió a hablar
Salmo 39:4 (Versión La Palabra)

Si pensamos que nuestra mente es algo que podemos controlar, es una ilusión. Las circunstancias nos pueden llevar a un momento en el que la presión reviente y acabemos sacando lo que está dentro. Fue la misma experiencia de Job. Estuvo mucho tiempo callado hasta que finalmente abrió su boca y derramó sus pensamientos y emociones. Es cierto que Dios lo llevó de nuevo al silencio (Job 40:3-5), pero le permitió ser sincero y coherente con lo que le molestaba y no comprendía.

A David le ocurre lo mismo en este salmo. Quiso callar. Es probable que lo quisiera hacer sobre todo porque no quería expresar sus dudas delante de enemigos (v.1-3). Puede que al pensar que debía honrar a Dios. No quiere exponer sus quejas públicamente ante quienes no le temen. Pero finalmente no aguanta y tiene que sacarlo.

El salmista habla de la impresión que tiene de la vida corta, y desea no olvidarlo, más bien tenerlo en cuenta. Expresa el dolor porque se siente oprimido por Dios mismo. Parece que vive sin esperanza acerca de su final.

Ante las presiones y dudas, callar no siempre es lo más sabio. Aunque sepamos que Dios finalmente tiene la razón, él nos deja que discutamos. En el proceso de la lucha él nos acompaña y nos vamos acoplando a su persona. Lo que se expresa tanto aquí como en el libro de Job, es que esa desesperanza la dirigimos a Dios y no lo convertimos en rabia y rumor como si él no escuchara. David se dirige a Dios y resuelve con él sus problemas. Es el camino que también debemos tomar nosotros. Él nos metió, él encontrará salida a la situación.

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