Si yo tuviese hambre, no te lo diría a ti;
Porque mío es el mundo y su plenitud.
Salmo 50:12

Dios no necesita ser alimentado

En este salmo, Dios se presenta como juez de su pueblo. Lo convoca y muestra su luz para penetrar en las dinámicas oscuras de Israel.

Al leer el texto me sorprende la pretensión que se plasma. Dios les hace ver que él no tiene nada que pedirles para satisfacer sus “necesidades”, que él es dueño de todo y puede hacer el uso que quiera con su creación. Mi primera reacción ante esta acusación es pensar que yo sería incapaz de pretender de mí algo así. Aparentemente tengo claro que no puedo darle de comer a Dios. Pero luego me he preguntado si, examinándome con más detenimiento, quizá sí puedo albergar alguna idea similar.

De hecho, es probable los israelitas nunca lo hubiesen planteado de esa forma. Ellos a lo mejor también tenían claro que no podían darle de comer a su Dios. Sin embargo, su forma de actuar lo parecía, porque habían eliminado todo significado de los sacrificios y por lo tanto sólo se estaban dedicando a matar animales y quemarlos. Eso daba lugar a que Dios respondiese con la idea de que él no necesitaba su carne.

Un autoexamen

En mi caso, como alguien que ha dedicado mucho tiempo de su vida a servir en un entorno eclesial, puedo llegar a pensar que si todo va mal, Dios puede usarme para solucionar los problemas. Él me necesita. Pero eso no es así. De hecho, para él, desde un punto de vista extenso, nada va mal. Al final las cosas tendrán el desenlace que él quiere, todo redundará para bien.

Es triste que en mi mente yo pueda albergar la misma tendencia que Israel, llegar a pensar que Dios es como yo. Que piensa de la misma manera que yo. Hasta casi podría pensar que usaría las mismas estrategias y formas que cuando pretendo conseguir mis intereses (v.21). Y si bien es cierto que de alguna forma yo sí soy como él porque me ha creado a su imagen, él no es como yo. 

“El es Dios, mi Dios” (v.7). Yo dependo de él y no al revés. Ni siquiera necesita mi alabanza, sino que me ha dado el privilegio de alabarle y de entregar todo mi ser a él. ¡Qué triste cuando le doy la vuelta a esa verdad!

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