Él se adelantó un poco más y se inclinó rostro en tierra mientras oraba: «¡Padre mío! Si es posible, que pase de mí esta copa de sufrimiento. Sin embargo, quiero que se haga tu voluntad, no la mía
Mateo 26:29
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La duda teológica
Estas palabras de Jesús plantean un aparente dilema teológico que se ha discutido y ha dado pie a diferentes posturas. Sin embargo, aunque hay mucho de misterio, realmente es una oración muy cercana para cualquiera de nosotros. En ella podemos vernos identificados en esa lucha de voluntades que cualquiera de nosotros ha pasado. Pero ¿cómo ha sido posible que le sucediera a Cristo? ¿Cómo es que tiene dos voluntades distintas, una la de evitar la muerte y otra la de obedecer a su Padre que lo ha enviado para ello? Y si ambos son el mismo ser, ¿cómo es que en este momento los dos quieren cosas distintas?
Una respuesta alternativa
Generalmente, se menciona que en este momento se enfatiza la parte humana de Cristo, y que en él nos podemos identificar, siguiendo su ejemplo de someternos a la voluntad del Padre. Sin embargo, quiero proponer una respuesta que me parece más coherente y sustentable. Si reflexionamos atentamente en la historia de Cristo, podemos llegar a darnos cuenta de que sí hay un dilema, pero no entre el padre y el hijo, sino entre dos deseos incompatibles anidados tanto uno como en el otro. Ninguno de ellos quiere la condena del Hijo, pero los dos quieren su sacrificio.
Por parte de Jesús, él había afirmado que la entrega era una decisión tomada por él (Juan 10:18). Este hecho de enfrentarse a la muerte no es algo que le haya llegado de sorpresa en este momento. La lucha ha estado patente todo el tiempo. Jesús no quiere pasar la muerte porque es una contradicción que siendo Dios, siendo la vida, se le declare culpable de muerte y tenga que asumir la ira de su padre. Pero por otro lado, el amor por la humanidad y la relación con su Padre le impulsa a hacerlo. El no desear la muerte por su parte no es una debilidad humana, es también un deseo propiamente divino. Es la reacción propia de Jesucristo, Dios Hijo, ante la realidad de la muerte en sí misma.
Por su parte podríamos decir lo mismo del Padre. Él pidió al hijo que le obedeciera hasta la muerte (Fil 2:8-11). Pero a su vez es su hijo amado en quien se complace y no es un Dios sádico que se alegrase de verle sufriendo (Mt 3:17). El padre tampoco quiere ni una cosa ni la otra. Y sin embargo, ambos finalmente decidieron lo mismo.
Implicaciones
La primera respuesta que debemos dar ante este hecho es el asombro, agradecimiento e inclinarnos ante Dios por lo que la muerte de Jesús implica para nosotros.
Además, ver a Cristo y al Padre en esta tesitura (y aunque no se diga nada en este pasaje no deberíamos olvidar al Espíritu Santo), nos puede ayudar a afrontar la toma de nuestras decisiones. En algunos momentos, saber qué es lo mejor no va a ser sencillo. Los caminos que se nos ofrecen pueden ser igual de espantosos, o igual de atrayentes o, como en este caso, lo que parece que es mejor y lo que se nos pide es una opción horrenda. Las posibilidades pueden ser múltiples, pero Cristo nos muestra el camino mejor: la prevalencia del amor y de la entrega.
Foto de Moses Londo en Unsplash
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