El malo, por la altivez de su rostro, no busca a Dios;
No hay Dios en ninguno de sus pensamientos.
Salmo 10:4

¿Naturaleza orgullosa?

No fuimos creados para ser orgullosos ni totalmente independientes, y cuando nos desenvolvemos fuera de ese diseño, nos empobrecemos. Aunque creamos lo contrario, lo que nos sucede es que perdemos, sobre todo en calidad de vida, en relaciones y, evidentemente, en comunión con Dios.

El Salmo 10 hace una descripción detallada de la persona que no toma en cuenta a Dios, y una de sus rasgos es su altivez, la cual se dirige hacia Dios y hacia los demás. No se puede ser orgulloso hacia Dios sin serlo con otros, y a la inversa. Porque el orgullo es una característica que se arraiga en el interior y se dirige hacia afuera.

Consecuencias a tener en cuenta

Dios nos ofrece en este texto reflexionar acerca de algunas consecuencias a las que nos va a conducir una vida altiva:

* No ser capaces de estar junto a Dios, porque no es posible encontrarle en el orgullo (v.4);

* no apreciar la realidad, que se encuentra sólo en Dios, ya que siempre va a tener un punto de vista sesgado de sí mismo y de lo que le rodea (v.5);

* incapacidad para amar (v.5), porque se ve obligado a despreciar al otro para mantenerse por encima de él;

* causar daño alrededor suyo (v.7-8), aunque puede que no siempre sea intencional, vivir en el orgullo va dejando heridas en el camino;

* vivir en oscuridad, ocultando sus intenciones, acciones y emociones, tanto por estrategia como por vergüenza (v.8 y 9).

¿Tenemos remedio?

Si uno se para en la descripción anterior, la imagen es triste. ¿Se puede remediar? Este salmo tan sólo nos brinda un cuadro de quiénes podemos ser, y también de cuál es la alternativa: el humilde. Jesús los llamó “pobres en espíritu” (Mateo 5:3). Sin embargo, no se dice nada de si es posible pasar de uno a otro y tampoco sobre cómo.

La experiencia nos dice que la reprensión no parece ser eficaz, y los proverbios así nos lo recuerdan (Prv 9:7-8). Es precisamente el orgullo el que funciona como barrera para reconocer y darse cuenta de quienes somos y sus consecuencias. 

Es por eso que el camino transformador será el de la gracia y la verdad. No será fácil vivir estas dos cosas frente al orgullo, pero puede ser posible cuando nosotros mismos las vamos experimentando y recibiéndolas de Cristo.

La gracia implica no cerrarnos a la relación, no contrarrestar con más orgullo, no vivir recriminando. La verdad nos llevará a no negar la realidad del orgullo y mostrarla. La gracia y la verdad no es cobardía ni retirarse, sino avanzar, aún con más valor, hacia la entrega que descoloca y transforma.

Foto de Clay Banks en Unsplash